Consideraciones de partida.
1. La situación geopolítica de nuestro presente está marcada sin duda ninguna por el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Comprender sus coordenadas, alcances e implicaciones desde una perspectiva dialéctica y materialista, evitando los esencialismos a priori dentro de los que destaca más señaladamente el de la clasificación maniquea izquierda/derecha (y, sobre todo, y peor aún, su exacerbación más distorsionadora de ultraderecha/progresismo), aparece como una de las tareas fundamentales del análisis político partiendo de la tesis clásica de Marx según la cual “el planteamiento de un problema equivale a su resolución”.
2. La tesis que se defiende como punto de partida es que Trump no es un político de derecha o de extrema derecha, sino que es un populista capitalista nacional-patriótico enfrentado al progresismo social-neoliberal[1] globalista, postmoderno y woke.
[1] Versión contemporánea del social-fascismo de la década de los veinte del siglo pasado, utilizada concretamente por la Komintern de 1928 a 1935, antes de la creación de los frentes populares de Dimitrov.
3. El problema para México es que Trump nos ataque, ante lo que desde luego hemos de defendernos y contraatacar, pero su postura en todo caso no es menos nociva e imperialista que la de los demócratas.
4. Como propuesta conclusiva se plantea fortalecer la idea de una izquierda nacional-popular y populista revolucionaria en el sentido aristotélico-maquiaveliano de anti-elitista y anti-oligárquica, para, a partir de ahí, derogar de manera tajante y categórica, en la medida de lo posible, las coordenadas progresistas.
Desarrollo de tesis principales.
5. Uno de los elementos fundamentales de la dialéctica geopolítica mundial en su estrato de despliegue superestructural (para utilizar un criterio clásico marxista-leninista) es el del desplazamiento de la disputa ideológica del terreno de la economía-política y las ciencias naturales asociadas a la categoría de materia como pivote de la concepción científica y dialéctica del mundo y de la realidad –defendida característicamente, hasta cierto punto, por el Diamat soviético– al terreno de la cultura y las formas de identidad (formalismos etnológico, sexual, lingüístico, espiritual, etc.) interpretadas desde una óptica armonista (no dialéctica), relativista y postmoderna del mundo y de la realidad.
6. El desplazamiento ha generado un desfallecimiento de la potencia filosófica de los movimientos sociales y políticos, que siguen manteniendo la etiqueta “de izquierda”[1] pero sin contar ya con una base filosófica sistemática y materialista (esto es fundamental) para el análisis científico y riguroso de la realidad[2], sobre todo en el momento en el que, ignorando por completo los planteamientos clásicos y fundamentales de la concepción materialista del mundo, evaden o ignoran el hecho de la primacía de la materia sobre la conciencia[3], inclinándose ahora por la primacía de la conciencia (fuente de la identidad de todo tipo, es decir de cualquier tipo) sobre la materia, pasando a posiciones claramente idealistas, espiritualista y metafísicas además de individualistas, y el individualismo es la ontología del ser social neoliberal.
[2] Véase a estos efectos los textos ‘Sobre la izquierda política’ y ‘Sobre la derecha política’ de mi autoría, publicados en mi blog personal La clandestina virtud (www.laclandestinavirtud.org) en los siguientes enlaces: https://laclandestinavirtud.org/2015/12/01/sobre-la-izquierda-politica/ y https://laclandestinavirtud.org/2015/12/01/sobre-la-derecha-politica/.
[3] Algunos autores como Gramsci muy tempranamente o Allan Bloom en la década de los 80 del siglo pasado hablaron en su momento de la degeneración nihilista de la izquierda asociada a Nietzsche, ya sea en los términos de los “payasos nietzscheanos” (Gramsci en los Cuadernos de la cárcel) o de la “nietzschización de la izquierda” o su inversa: la “izquierdización de Nietzsche” (Bloom en El cierre de la mente americana).
[4] Y esto tanto en el sentido social-histórico del Marx de la tesis de la determinación social de la conciencia (y no al revés) como en el sentido del materialismo filosófico soviético de la tesis ontológica de la primacía de la materia sobre la conciencia como punto de partida de la concepción materialista y científica del mundo.
7. La manifestación más acabada de este desplazamiento y corrupción ideológica la podemos encontrar en el progresismo socialdemócrata ya sea en su versión norteamericana Demócrata y Woke (Clinton, Obama, Biden, Kamala), ya sea en su versión europea (que a su vez puede verse en su modalidad burguesa: todos los partidos socialdemócratas, desde el sueco hasta el español pasando por el alemán o el francés, o en su modalidad plebeya hippie-burguesa “anti-globalización” como Podemos) desdoblado en toda la batería de frentes de fragmentación cultural-identitaria (etnológica, sexual, lingüística, etc.) que ha venido a cumplir una función de reforzamiento del capitalismo imperial-globalista para el despliegue y afianzamiento del cual el estado-nacional o nacional-popular y patriótico es un estorbo fundamental una vez desaparecida la Unión Soviética como magnitud geopolítica de alcance imperial.
8. La función que está cumpliendo el progresismo en el presente es la misma que tuvo la socialdemocracia progresista en el primer tramo del siglo XX, y que fue caracterizada críticamente como socialfascismo por la Komintern y Stalin en el sentido de que tanto socialdemócratas como progresistas se oponían a la revolución comunista.
9. La crítica al progresismo socialdemócrata como socialfascismo cayó en desuso luego del 7º Congreso de la Komintern (Moscú, agosto de 1935), en el que el líder búlgaro Dimitrov delineó los criterios de formación de la nueva política del Frente Popular como unidad de la clase obrera, las clases populares y las clases medias democráticas en un gran frente anti-fascista.
10. Al caer la Unión Soviética, el comunismo (o revolución comunista) como objetivo político estratégico o como formación realmente existente (URSS) desaparece como contrapunto antagónico de la dialéctica geopolítica mundial, quedando ahora las formaciones nacional-populares o nacional-populistas como el enemigo fundamental del capitalismo imperialista (transnacional, globalista y oligárquico-financiero), habiendo ocurrido no obstante un ajuste ideológico clave en 1968 al interior del bloque de países capitalistas occidentales, consistente precisamente en el abandono de la línea de la crítica de la economía política marxista y de la concepción materialista de la realidad política, centrada desde el siglo XIX en la nación política soberana jacobina, para desplazar las coordenadas de discusión de “la izquierda” hacia los formalismos identitario-culturales idealistas, hippie-postmodernos y burgueses, dando como resultado una actualización de la función neutralizadora de la revolución no ya tanto comunista, pero sí popular y populista, de la socialdemocracia y el progresismo.
11. La propuesta que se hace, entonces, en una coyuntura geopolítica como la presente, es la de actualizar la línea nacional-popular y nacional-revolucionaria de la izquierda mexicana (en una línea que conecte a Morelos con Juárez, Cárdenas y López Obrador según criterios como los de Andrés Molina Enríquez) como vector de direccionamiento estratégico de la formación política plural de las izquierdas mexicanas.